Por Fernando Enríquez
Jorge Enrique Botero no fue solo un periodista; fue un constructor de puentes entre la cruda realidad y las conciencias adormecidas. A lo largo de su carrera, se adentró en territorios donde la verdad era silenciada por el estruendo de las balas y el peso de los intereses, y emergió con historias que, aunque incómodas, eran esenciales para comprender la complejidad del conflicto colombiano. Sus obras contienen relatos desafiantes: adentrarse en ellas es como recorrer una trocha lejana y enigmática, desconocida para muchos.
Las historias que ofrece en sus páginas revelan que detrás de todo conflicto, por más que parezca un cuento distante, se encuentra una humanidad que, solo en medio de esas adversidades, puede florecer; recordándonos que la verdad no siempre es lo que parece y que, muchas veces, se oculta bajo capas de silencio. Nos mostró cómo, incluso en la guerra, el amor se manifiesta y existe a pesar de las restricciones que imponían los manuales.
Nos permitió descubrir de qué están hechos aquellos hombres que, habiendo forjado sus principios en la juventud, permanecen firmes incluso en los escenarios más duros, donde el óxido del tiempo no logra corroer sus convicciones. Son figuras cuyo temple va más allá de la resistencia física; es la dignidad la que los envuelve, una dignidad que no se doblega y que clama por la libertad con cada paso. Esta resistencia moral, que se erige frente a la crueldad de la guerra, se convierte en el testimonio vivo de que los principios no se desvanecen en el aire.
En Blanca Oscuridad, Botero nos adentra en un relato que expone las sombras y luces de una realidad compleja, donde los límites entre el bien y el mal se difuminan. Con su narrativa envolvente, nos enfrenta a los dilemas humanos que surgen en medio de un conflicto en el que las decisiones morales son cada vez más ambiguas. Aquí, nos recuerda que, en la guerra, como en la vida misma, no todo es lo que parece, y solo a través del entendimiento profundo de esa complejidad, podemos acercarnos a una verdad más completa y humana.
Jorge Enrique Botero fue un faro que, en medio de las sombras del conflicto, iluminó los rincones más oscuros y olvidados. Sus palabras, como un río que se niega a ser contenido, erosionaron las fronteras del pensamiento único, abriendo caminos hacia la verdad que muchos preferían ocultar. En su andar, dejó una huella imborrable, una grieta en el muro de las narrativas oficiales, por donde siempre se colará la duda, el análisis profundo y el pensamiento crítico.
Hoy, su luz se apaga, pero su legado sigue siendo un faro para quienes se atrevan a mirar más allá de lo evidente.
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