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Foto: www.elespanol.com

Venezuela: La pugna por el poder

Los últimos meses han representado para América Latina el fin de un ciclo progresista. Las crisis de legitimidad y los problemas económicos de los gobiernos alternativos en países como Ecuador, Argentina y Brasil han dado paso a un reposicionamiento de gobiernos de derecha y a la revitalización del discurso autoritario neoliberal. Lo que ocurre en Venezuela, sin embargo, es un caso particular que combina la extrema polarización de la sociedad y una alta carga de intervención extranjera, pues el país bolivariano es, en la actualidad, uno de los escenarios predilectos para el juego de la geopolítica mundial, asociada principalmente al control de los recursos minerales del suelo y del subsuelo, hoy en disputa entre USA, China y Rusia.

La derecha venezolana, relegada del poder por 20 años, ha buscado por todos los medios y tácticas su retorno al control total del Estado, recurriendo a todo tipo de maniobras: constitucionales algunas, fuera del espectro legal, otras. En paralelo, los representantes del “socialismo del siglo XXI” no han tenido la capacidad de ser coherentes con el principio de democracia, cerrando el campo político a su antojo e impidiendo la participación plena de la sociedad en la toma de decisiones frente al rumbo de esta nación suramericana.

En medio de esta disputa por el poder se encuentran los ciudadanos y ciudadanas de a pie, que son quienes sufren los rigores de la escasez y la especulación, del autoritarismo y la manipulación mediática; los millones de migrantes sin esperanza que deambulan a todo lo largo del continente buscando las oportunidades que les han sido negadas en suelo patrio.

La situación política y social del vecino país evidencian una sociedad supremamente dividida: quienes se reclaman herederos de Chávez llenan las calles (a pesar del silencio mediático) y anuncian que de ningún modo permitirán el retorno de la derecha al palacio de Miraflores; su contraparte, mejor publicitada y patrocinada, invoca bajo el discurso de “libertad y democracia” la sublevación de los militares. En ese tira y afloje, tanto quienes defienden su poder como los que lo pretenden cometen excesos, juegan con las esperanzas y añaden más leña al fuego de una nación convulsionada.

Ni el autoproclamado presidente Guaidó (reconocido por varios mandatarios de la comunidad internacional) y compañía ni los líderes del PSUV le hacen un bien a la democracia y a la situación humanitaria en Venezuela; la disputa del poder olvida casi siempre que, detrás de lo que los políticos llaman pueblo, existen seres humanos que trabajan, comen, sienten y sueñan. Y es ese pueblo, fundamento de la democracia en cualquier lugar del mundo, el que debe, en última instancia, decidir, de manera autónoma y sin injerencias, su futuro.