En días recientes, cierto sector de la opinión pública en Colombia se ha escandalizado porque Irene Vélez, Ministra de Minas, usó la expresión “decrecimiento económico” en un Congreso Nacional de Minería. Dicen que le falta experiencia, que su declaración fue impertinente, y juzgan su lectura como un error. Pero si en algo se equivoca la ministra es en hacer referencia al decrecimiento como si se tratara de una propuesta o una exigencia, y no como lo que es a todas luces: un proceso cada vez más impostergable, acaso obligado, acaso indispensable, anunciado y estudiado desde hace mucho tiempo.
En mayo de 1968 por fin tomó forma el proyecto de Giorgio Rosa, ingeniero italiano empeñado en construir un Estado independiente en aguas del mar Adriático. Después de edificar una isla de acero, y en nombre del Derecho de libre autodeterminación de los pueblos, Rosa declaró su independencia y empezó con las gestiones para conseguir el reconocimiento y la legitimidad de la llamada Isla de las Rosas, para lo cual llevó su solicitud hasta el Concejo de las Naciones Unidas.
Lo que parecía un intento quijotesco se tornó peligroso para las autoridades civiles de Italia cuando dejó de ser individual. No eran pocas ni las personas que frecuentaban la isla ni aquellas que solicitaron la nacionalidad tras enterarse de que aquel territorio de cuatrocientos metros cuadrados era un país independiente, con su propio idioma, su emisora y la holgazanería entendida como derecho fundamental. Sin embargo, hasta este punto no es claro por qué se alarmaron las autoridades italianas, pero tampoco era requisito que existieran muchos motivos para que esas mismas autoridades desplegaran el gran operativo militar con el que destruyeron la isla. ¿Qué podía suceder si un puñado de ciudadanos decidía pasar una temporada –o quedarse a vivir– en ella? ¿A quién podía afectarle el robustecimiento y la propagación de un símbolo contracultural?
En una conversación organizada por la Universidad de Princeton en septiembre de 2020, la escritora chilena Diamela Eltit reflexionaba acerca de la inequidad: “hubo una bomba atómica en la política cuando empezó a existir una clase política que se reconoce como tal”. Sería bueno determinar el momento en que explotó esa bomba atómica, pero, en cambio, sólo tenemos a la vista las que pueden ser sus implicaciones. Una de ellas es la crisis de representación.