Por Fernando Enríquez
(x.com/enriquezdafer)
El amanecer del 11 de septiembre de 1973 en Santiago de Chile fue extraño. La tensión se podía sentir en el aire, aunque muchos aún no comprendían lo que estaba por suceder. La Moneda, ese símbolo del poder del pueblo, se alzaba majestuosa mientras el presidente Salvador Allende, con su habitual temple, preparaba las palabras que pronunciaría al país. Afuera, el ruido de los aviones sobrevolando la ciudad rompía la calma. Dentro del palacio, el tiempo parecía detenerse, pero la historia estaba a punto de avanzar de forma brutal e irreversible.
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