Por Ángela Navia

Siempre me gustó la literatura. Recuerdo las horas de lectura en el espacio denominado Caen todas las cosas, del Liceo de la Universidad de Nariño, el colegio donde tuve la fortuna de estudiar. Gran nombre para ese proyecto: ¡que cesen todas las actividades, para que la mente vuele! Recuerdo que, al terminar la hora, seguía leyendo a escondidas al tiempo que discurrían las clases de física o biología; no podía suspender la historia. Perdón maestro, pensaba, pero necesito saber qué pasará con la suerte de Florentino Ariza.

Hace 8 años no era cercana a la literatura infantil. Una amiga, de esas que brinda el destino porque éramos amigas desde antes de conocernos, era mamá y me hablaba con pasión de los nuevos libros para su hijo. Con ella compartimos la misma oficina en la Universidad donde trabajamos hace unos años. “Vengo de la librería y encontré el libro Camino a casa, me dijo un día, emocionada. Desde entonces, utilicé esa maravillosa obra en mis clases sobre derechos humanos; sin embargo, todavía no tenía la pasión que ella poseía. Fue solo hasta que me convertí en mamá que me enamoré de la literatura infantil.

Esta misma amiga, la del destino, le regaló a mi hijo un libro titulado El vendedor de sandías. En el fondo, ella sabía que era un regalo para mí. Una maravillosa obra sobre la que quise escribir estas líneas. Se trata de un libro escrito e Ilustrado por Lizardo Carvajal, que narra la historia de un vendedor de sandías que pronto será papá. Un día, el vendedor de sandias escucha la noticia de que en Japón crearon la forma de hacer sandías cuadradas. Sí, ¡sandías cuadradas! Una sola sandía cuadrada cuesta lo que valen 300 sandías redondas. Por un momento, el vendedor de sandías desea vender esa invención, pues le generaría más dinero.

Sin embargo, desiste de su idea porque reafirma que le gustan las sandias tal como son porque, al ser redondas, las sandias cortadas en trozos se asemejan a una sonrisa. Eso le hace recordar la historia de Ciudad Cubo y de Petro Cuadrado, un personaje que habita esa ciudad.

En ciudad cubo todo es cuadrado: la gente es cuadrada, trabaja en cubículos cuadrados, su aspiración es tener papeles cuadrados (como títulos académicos) y tarjetas de crédito cuadradas. Deben firmar papeles cuadrados para amar. Lo circular es lo anómalo, lo prohibido. “¡Que extraña obsesión con el cuadrado tiene la gente de ciudad cubo!” Finalmente, recuerda que en ciudad cubo los seres humanos no somos más que cifras –cuadradas, por supuesto-. Tras rememorar esta historia, el vendedor de sandías le dice a su hija por nacer que ella no será parte de un mundo cuadrado, sino de un mundo circular que cada vez será más grande.

La magia de la historia consiste en conjugar la conversión de la sandía en mercancía con una visión de mundo, con un pensamiento cuadrado, en el que no caben el juego ni la imaginación. El orden social mercantil necesita de una sociedad cuadrada o, dicho de otro modo, de una sociedad alienada. La reproducción del capitalismo necesita de una visión cuadrada del mundo. Una que, como en Ciudad Cubo, ni siquiera pueda pensar en la posibilidad de otras realidades.

Por lo anterior, me atrevo a decir, con el perdón de su autor, que El vendedor de sandías es un libro anticapitalista. Nos permite reflexionar sobre la necesidad de incomodarnos con la subjetividad creada por el mundo de las mercancías y de la sociedad cubo. Detrás de lo que se presenta como “natural”, “normal”, como “avance” o “desarrollo” (como las sandías cuadradas), se esconde la magia del mundo circular -tan circular como una pelota, como las ruedas de una bicicleta o como un disco de música-, del mundo de colores, polifónico, musical. La idea del círculo -como culmina el libro- es una visión y apuesta por un nuevo mundo a contracorriente de la cuadriculada sociedad capitalista.

Después de muchos años de leer, releer, compartir, regalar y hablar sobre el libro, decidí preguntarle a su autor sobre la génesis de su historia. Lejos de una respuesta basada en los presupuestos de la sociología o la teoría crítica, su respuesta estuvo sustentada en la vida misma, por eso fue tan mágica como el libro. El autor creó la historia cuando iba a nacer su hija, como respuesta a una sociedad que moldea a las personas a su conveniencia.

Gracias a Lua, hija del autor, por inspirar este gran libro. Gracias al lenguaje de Lizardo Carvajal por brindar material para reflexionar e incomodarnos; para seguir pensando en la imperiosa necesidad de que en el mundo hayan cosas que no pueden ser cuadradas porque sencillamente no tendrían magia. Esas cosas no cuadradas son las grietas que necesitamos en el Mundo Cubo. Las que necesitamos para seguir soñando con otras realidades totalmente diferentes a las de Ciudad Cubo. Realidades que, como el círculo final del libro, están llenas de colores, y donde cabemos todas, todos y todes.


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