Por Edwin García
La serie de Netflix inspirada en Cien años de soledad es una provocación: una muy buena provocación, añadiría yo, a la lectura del libro. Si quisiera ser más benévolo, incluso justo, debo decir que la serie televisiva es una invitación a la lectura de la novela y al mundo macondiano, una invitación respetuosa y digna.
Me generó mucha expectativa y esperé con ansias la serie, con la preocupación de que fuese a atentar contra la novela, contra su magnificencia y dimensión. Después de ver unos cuantos capítulos, debo expresar que la serie aborda el reto de representar esta obra de manera tranquila, sin aparatajes insolentes, incluso podría decir que la representación es de una sobriedad necesaria.
Esa sobriedad, que más bien seguiré llamando respeto, genera que la serie deje claro que no pretende competir con la novela, porque identifica adecuadamente el ámbito de una y otra creación, y es sumamente respetuosa con el universo del lenguaje escrito: deja incólume en su esfera a la novela, para moverse ella misma, es decir, la serie, en su propia dimensión, guardando la distancia requerida: Cien años de soledad queda a salvo.
Pero -¡ah, ironía!- ese respeto por la obra maestra de la lengua castellana parte del hecho de desacralizarla: ya es necesario hacerlo y la serie es un buen inicio, porque desacralizar Cien años es la forma de abrir ese universo inabarcable de Macondo a su gente, a aquella gente que la inspiró y la creó a través del cataquero.
La ambientación de la serie, la escenografía, el vestuario, la fotografía, el acento de los personajes, todo lo siento inspirado en ese profundo respeto que empezó con un estudio sesudo de la novela, un análisis profundo y metódico por parte de quienes se encargaron de llevarla a la pantalla. Parece ser que se acercaron al entendimiento de la esencia garciamarquiana, y Gabo entendió nuestro ser espiritual y telúrico. Guardando las debidas proporciones, por ahí va la serie: la percibo como un esfuerzo por interpretar a Gabo e, indirectamente, nuestra esencia.
En este sentido, otra preocupación que tenía era en cuanto a los personajes y su acento, temiendo que fuese a mostrarse la vergüenza de otra representación de un costeño vulgar que nada tiene que ver con nuestro ser Caribe. Hasta donde voy, estoy tranquilo porque en esto también percibo el respeto y, lo que es más, un esfuerzo importante por entender nuestra región y sus dimensiones espirituales y morales. Es delicioso sentir el acento “Caribe ancestral” de los personajes: la riqueza creadora del lenguaje y de los términos, la poesía sensual en los diálogos, la fortaleza del verbo: la sabrosura de nuestra expresión oral y corporal representada en la serie hacen justicia con la espléndida magia de la región que le dio el Nobel a Colombia, tan maltratada y vilipendiada por la “cachacocracia”.
Es que Gabo es el Caribe fidedigno: de buenas maneras y elegante; tono mesurado y tranquilo; alegre y jovial; de humor fino, para nada vulgar; buen amigo; parrandero sí, pero, respetuoso; creativo o, mejor dicho, creador por antonomasia, porque no puede ser otra nuestra naturaleza si nacemos y nos hacemos oteando el más allá de un horizonte dilatado que murmura perennemente al compás de las olas, ataviados por los pitos del indio, la percutiva del negro, la altivez europea y la tenacidad árabe.
Pues bien, en este mágico entorno del eclecticismo universal que es el Caribe, fue donde surgió la obra más importante de nuestra lengua -al lado de El Quijote, por supuesto-: para entender Cien años en su inmensa riqueza hay que sentir y vivir el Caribe. Pero ahí está la “trampa”, el Caribe, por ser universal, permite que su espíritu y su obra sea perceptible para el mundo entero, como quiera que el mundo va envuelto en la brisa que acaricia y pule nuestro rostro.
Es tan bueno el trabajo desplegado con la serie, que no se han hecho esperar los críticos que niegan lo positivo de esta; incluso, no han faltado los que se abstienen de verla para, según ellos, no alterar el buen sabor que les dejó el libro. Todo buen ejercicio artístico genera este tipo de reacciones, eso evidencia que se ha atrevido a romper esquemas y prejuicios, al punto de alterar los sentidos “bien puestos” de los conservadores que niegan una de las misionalidades del arte, la cual es irrumpir en la tranquilidad y pasividad, con buenos estándares de sensibilidad e interpretaciones creadoras frente a las realidades impuestas.
Dicen los que saben que es muy difícil llevar un libro al cine o a la televisión. Me parece que esta serie va por buen camino y solo espero que no dañen este buen ejercicio que han hecho, que la ambición y afán desaforado de lucro no se impongan al amor al arte y al buen trabajo que hasta ahora se deja ver en esta producción.
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