Por Wladimir Uscátegui
Concedamos por un momento que todo arte -toda ficción al menos- es alegórico. Las obras que contienen elementos fantásticos suelen ser muchas veces expresión soterrada de algo más o sirven de vehículo para (d)enunciar aspectos sociales, políticos o morales. Sin embargo, cabe también la posibilidad de que algunas obras no tengan más intención que la de sumergirnos en un mundo de horror que apela, siquiera de un modo involuntario, al sustrato más pantanoso de nuestra conciencia (lo cual, por otra parte, también tiene algo de alegórico), justo ahí donde habitan nuestros miedos, fobias y vicios más inconfesables.
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