Por David Paredes

Mientras lee un libro, el personaje hace lo posible por disimular el sobresalto que le producen fragmentos como este: “…su brazo rodeó a Julia. Al instante, ella pidió que se lo quitara, cosa a la que él accedió de inmediato, sonriente”. El lector, un hombre adulto, toma de manera literal el contenido de la historia y cree que está ante la “clara referencia a una especie no humana, extraterrestre […] una raza de seres capaces de quitarse partes de su anatomía a voluntad”. En torno a la confusión de este lector se desenvuelve el argumento del cuento “Algunas peculiaridades de los ojos”, del escritor norteamericano Philip Dick.

Por lo general, quien ve una película o lee una novela de ficción no sopesa la veracidad de las circunstancias y los sucesos, pues sabe que se trata de una ilusión creada y se presta para creer deliberadamente en ella. John Searle explicó el asunto con precisión: “el autor finge que hace una afirmación verdadera. Nosotros aceptamos el pacto ficcional y fingimos que lo que nos cuenta ha sucedido de verdad”. El pacto ficcional, ese acuerdo tácito entre emisor y receptor, puede ser quebrantado en, al menos, dos situaciones: cuando el receptor se niega a suspender la incredulidad y cuando la suspende del todo. El segundo caso corresponde al mal que padece el personaje del cuento de Dick, un lector capaz de comprender el contenido de la historia pero incapaz de percibir que se trata de una obra de ficción.

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