Por Ángela Martínez

A temprana edad, las mujeres aprendemos que hay ciertas cosas que nos están “prohibidas”, porque, en definitiva, hay cosas que “no son propias de las buenas mujeres”. Entre otras cosas, aprendimos que disfrutar del placer sexual era una cosa de hombres y que las mujeres que osaran tener una vida sexual libre no eran dignas de respeto y que podían, en consecuencia, ser tildadas de vagabundas, de zorras, de putas. Aprendimos también a no conocer el cuerpo, a sentirnos avergonzadas por nuestro ciclo menstrual, a no tocarnos porque es inmoral, a no mostrarnos porque provocamos, pero también a no taparnos, porque entonces seremos mojigatas.

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