Por Wladimir Uscátegui

El hoy celebrado director surcoreano Bong Joon-ho despuntó en 2003 con Memories of Murder, una película que ya avisaba de las que serían las señas de identidad de prácticamente la totalidad de su obra cinematográfica: historias oblicuas protagonizadas por personajes psicológicamente complejos, para nada estereotipados, contadas con nervio, destreza técnica y sutiles toques de humor (a veces un tanto macabro). Ya desde entonces empezaría a contar también con la participación de Song Kang-ho, quien en adelante será lo que Robert De Niro para Scorsese, Klaus Kinski para Herzog o Ewan McGregor para Danny Boyle: un actor fetiche.

Después del buen ejercicio de estilo que fue Memories, Bong daría un paso adelante con la deslumbrante The Host (2006), una peculiar película de terror (aderezada, cómo no, con varios gags humorísticos) que destacaba, entre otras cosas (por ejemplo, la actuación de Song Kang-ho), por rehuir los manidos tópicos del género y enfocarse más en la creación de tensión dramática y la construcción de personajes ambiguos, comunes y, en ocasiones, mediocres; es decir, en las antípodas del estereotipo del héroe o, incluso, del anti-héroe.

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