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Por Fernando Enríquez
(x.com/enriquezdafer)

El 25 de noviembre de 2016, Fidel Castro, líder histórico de la Revolución Cubana, marcó su paso a la eternidad. Su vida y obra dejaron una huella imborrable, no solo en su pueblo, sino en los procesos de emancipación de Nuestra América. Con su partida, el mundo no solo perdió a un estadista excepcional, sino al símbolo viviente de la resistencia al imperialismo, al hombre que supo transformar un archipiélago pequeño en un faro de dignidad y soberanía.

Fidel encarnó el arte de liderar desde la palabra y la acción, haciendo del pensamiento martiano y marxista una guía para construir una sociedad distinta. Su compromiso con los desposeídos, su visión internacionalista y su capacidad para desafiar los límites del tiempo y el espacio son lecciones que permanecen vigentes en un mundo cada vez más desigual.

La Revolución Cubana se convirtió en un punto de referencia para los pueblos oprimidos de Nuestra América y del mundo. Fue el ejemplo de que los sueños de justicia no son utopías inalcanzables, sino metas posibles cuando la voluntad popular decide tomar su lugar en la historia. En el espíritu de Sandino, en la lucha de Allende, en la voz de Chávez, y en cada movimiento de resistencia que brota en las calles de América Latina, resuena el eco de la Revolución Cubana. Su aporte no solo radica en lo que construyó para su pueblo, sino en lo que inspiró a los demás: la certeza de que, incluso en las condiciones más adversas, es posible enfrentarse al gigante y mantenerse de pie.

Por siempre Fidel: su imagen trasciende el tiempo, como una montaña que desafía las tempestades o como el fuego que nunca se apaga. En su figura se entrelazan el mar que rodea su isla, el verde olivo de los campos liberados y el huracán de sus discursos. Fidel no es solo historia; es el latido constante de los que luchan, la brisa que agita banderas y la semilla que germina en tierras rebeldes. Su legado es eterno, no porque permanezca intacto, sino porque sigue transformándose, nutriendo nuevas esperanzas y alimentando la fuerza de los que no se rinden.

A ocho años de su paso a la eternidad, la Revolución que lideró sigue siendo un símbolo de lucha, aunque enfrentada a desafíos propios de los nuevos tiempos. En cada escuela construida, en cada médico formado, en cada voz que se levanta contra la injusticia, vive el espíritu del hombre que soñó con un mundo mejor.

El legado de Fidel Castro es, en esencia, una invitación a seguir luchando, a no ceder ante los embates del poder global. Porque, como él mismo lo dijo, «los hombres mueren, pero los ideales no». Y en ese sentido, Fidel no ha dejado de existir: su nombre, su obra y su ejemplo siguen latiendo en cada rincón donde la dignidad se alza frente a la opresión.

La historia me absolverá, dijo Fidel alguna vez, mirando al futuro con la serenidad de quien comprende su lugar en el tiempo. Hoy, más allá de las fronteras y los años, no es solo la historia quien lo absuelve, sino los pueblos que luchan, que alzan el puño contra la opresión y enarbolan banderas de esperanza. En cada trabajador que despierta al alba con el sueño de una vida digna, en cada campesino que labra la tierra reclamando lo que es suyo, en cada joven que desafía al poder con la llama de la rebeldía, resuena el eco de su voz. Fidel no necesitó esperar un juicio final: su absolución llegó en las trincheras de quienes eligieron el camino de la emancipación humana. Él es el río que no se detiene, el viento que lleva la palabra rebelde, la estrella que guía en las noches más oscuras. Porque en la memoria de los desposeídos, su nombre no es sentencia, sino absolución hecha carne, lucha y sueño colectivo. Fidel vive en los corazones que se niegan a ceder, en los brazos que construyen el porvenir y en los versos de una historia que jamás será escrita por los vencedores, sino por los que nunca se rindieron.

Foto: Cuenta de Flickr Periódico !ahora!: https://www.flickr.com/people/160998793@N02


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