Por Edwin García

El sistema electoral en EEUU establece que el voto popular no es determinante, sino que toda elección se decide por medio del mecanismo de colegios electorales, razón por la cual no necesariamente gana el candidato o candidata que más votos directos obtenga en una elección. Sin embargo, nadie señala ese sistema de arcaico y fraudulento, ni ningún gobierno extranjero desconoce los resultados, ni se exigen actas, mucho menos se trazan planes invasores para imponer allí el “sistema democrático”. El mundo respeta el sistema que los estadounidenses acogieron hace siglos, así debe ser de acuerdo con el derecho a la libre autodeterminación de los pueblos, aunque ellos no lo practiquen con el resto de los países.

Teniendo en cuenta esa atrofia de valores, me alineo con quienes consideran que poco importa quién fue el candidato ganador en el proceso electoral de EEUU: demócratas y republicanos son hijos del mismo vientre imperial, ambos son descendientes de la política intervencionista y criminal de ese estado norteamericano, como lo prueba el apoyo de ambos partidos al genocidio palestino perpetrado por Israel o, aún más cercano, el bloqueo también terrorista contra Venezuela y Cuba, a veces olvidado por los “bien pensados” obispillos de esa izquierda políticamente correcta.

Por eso, mas allá del ganador y nombres individuales, quiero referirme al fondo de la campaña presidencial y del proceso electoral en sí mismo. Si algo genera dicho proceso es asombro por el nivel tan elemental de las “propuestas” y discursos, por el bajísimo nivel de los debates en los que prima la pose mediática, el afán por el rating y la sonrisa falsa, tanto de los candidatos y candidatas a lo largo de las últimas décadas, como de simpatizantes y asesores.

¡Alarma tanta estupidez! Preocupa esa bajísima condición intelectual porque bien se sabe que las mentes colonizadas copian y repiten mecánicamente: lo que ocurre allá lo trasladan acá; por eso en nuestros países vemos desde hace tiempo las vergonzosas réplicas de los candidatos y candidatas del norte: personajes bien peinados y vestidos impecablemente, con escasa capacidad intelectual, sin nada que proponer ni plantear, más allá de aquellos discursos de lugares comunes y superficiales.

El insulto se impone al argumento, la mentira pulula, el macartismo se pavonea, el maquillaje luce mas que la inteligencia, el marketing desplaza a la propuesta y las grandes cadenas informativas fungen como apologistas o difamadores de candidatos según su patrocinador o propietario; en fin, la sinrazón sacude cómica y, en el fondo, trágicamente la civilidad y “democracia occidental”.

Es la dinámica neoliberal en su máxima expresión, la cual lleva la actividad política a la podredumbre ética y moral, y a su debacle intelectual. Es la mercantilización absoluta de todo cuanto existe, incluyendo la política. Es la banalización de los individuos y del colectivo. Es la frivolidad convertida en show, ambientada con sonidos y luces dirigidas a zombis igualmente vacuos. Todo ello en beneficio de un poder económico transnacional y omnipresente, ¡dios occidental!, que a bien tiene alimentarse de la ignorancia como de la sangre inocente, porque tan criminal es sumir en la ignorancia como bombardear indiscriminadamente.

La población de la principal potencia occidental es la primera víctima de esa impresentable forma de hacer la política que redunda en una cultura vacua, lo cual explica el asombroso espectáculo de la campaña electoral en EEUU. No podía ser distinto, esa sociedad ha sido sacrificada muy a pesar de su riquísima composición y diversidad cultural y étnica; toda esa basura cosmética se irradia al mundo, la otrora ilustrada Europa ha sucumbido desde hace décadas a las desabridas formas neoliberales gringas… la OTAN es la síntesis de ese nefando paisaje oscurantista.

Ante tamaña crisis, una nueva forma se hace necesaria; ante el imperio de la vanidad y la ignorancia urge un nuevo concepto de civilidad. El triste y vergonzoso espectáculo seudodemocrático debe superarse. Es menester que la política se dignifique y se eleve moralmente, que se proyecten liderazgos bien fundamentados, intelectos cultivados y concepciones profundas que analicen a fondo las realidades sociales, económicas y culturales.

Desde la originalidad del pensamiento autóctono nuestroamericano debe emerger esa nueva forma civilizatoria, conjugada con la sabiduría de los pueblos del mundo y los avances científicos y técnicos modernos. ¡Es que no hay otro camino! Denunciar y combatir las orientaciones e intenciones de los centros de “pensamiento” neoliberal, con firmeza identitaria de clase, sin ambigüedades posmodernas, anteponiendo los valores y principios humanistas para dar contenido a la política como forma de servicio a la vida y a su continuidad en el planeta. ¡Moral y luces!

Foto de Alex Haney en Unsplash


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