Por David Paredes
Lleva un tiempo siendo notable la preocupación de personas como Elon Musk, Jaan Tallinn (cofundador de Skype), Pavel Durov (fundador de Telegram), Viktor Orbán (primer ministro de Hungría) o Giorgia Meloni (Primera Ministra italiana), personas abiertamente inquietas por la llamada «implosión demográfica”, es decir, una tendencia decreciente en las tasas de natalidad de algunos países. Según el NYTimes, Musk “cree que se avecina un colapso demográfico mundial que acabará con la humanidad”.
El hombre más rico del planeta y quienes se suman a su preocupación no llaman la atención sobre las decenas de miles de muertos en Palestina durante el año anterior, de los cuales cerca del ochenta por ciento eran menores de edad. A estas celebridades, que se identifican orgullosamente como “pronatalistas”, lo que les preocupa es que cada vez haya menos nacimientos y, por ende, familias menos numerosas en países como Alemania, Canadá, Suiza, Dinamarca, Finlandia, Noruega, Suecia, Países Bajos e Irlanda. Tanto les preocupa esa tendencia que, quizás, lo único que podría tranquilizarles sea el hecho de que la tasa no decrece significativamente en países como República Democrática del Congo, Azerbaiyán, Cuba, Honduras, India, Jamaica, Camboya, Corea del Norte, Líbano y Vietnam. Pero no: eso no les tranquiliza.
Otro de los pronatalistas es JD Vance, vicepresidente electo de Estados Unidos. Vance tiene menos contención a la hora de declarar una “guerra contra la ideología anti-hijos”. Como parte de esa guerra, aplaude cuando el ultraderechista Viktor Orbán dice estar dispuesto a gestionar préstamos de bajo interés para parejas que tengan hijos, exención de ciertos impuestos a mujeres que tengan cuatro hijos o más y, para personas que no los tengan, promover nuevos gravámenes. Vance, por otra parte, aprovecha su notoriedad para amplificar el juicio moral contra personas que deciden no tener hijos. Durante la campaña presidencial de 2024, intentó ridiculizar a Kamala Harris llamándola “childless cat lady” (expresión que puede ser interpretada como “chica con gatos en lugar de hijos”), y esta fue una de las razones por las cuales la periodista Beca Melissa Gira opinó que Vance es un buen prospecto para entender la mentalidad de derecha.
Pues bien, si el nuevo vicepresidente permite entender cómo piensan los conservadores que persiguen a sus adversarios políticos y pretenden sofocar con impuestos a quienes no concuerdan con su cruzada pronatalista, desde Colombia podemos entender esa misma mentalidad a través de discursos rabiosos y desencantados como el de Fernando, narrador de La virgen de los sicarios.
Desde su atril de hace treinta años, Fernando, que dice no tener miedo de las balas que llueven sobre la Medellín de los años noventa, exhibe su temor a la que considera una amenaza silenciosa: la propagación de los pobres. “La pobreza se autogenera y después, cuando agarra fuerza, se propaga como un incendio en progresión geométrica. […] ¡Ricos del mundo, uníos! Más. O la avalancha de la pobrería os va a tapar”. Este narrador señala lo que aun hoy queda oculto bajo la supuesta preocupación filantrópica exhibida por las élites pronatalistas. Señala, pues, que a ellas, más que el “colapso demográfico mundial”, lo que les preocupa es cualquier suceso que suponga el debilitamiento de su sector político-ideológico.
Las élites existen como sectores diferenciados que crean y mantienen ambientes favorables para sus propios intereses. Lo explicaba hace ya algunos años la profesora Monserrat Baras: “quien ha de defender el sistema político son las élites, la clase dirigente. Las masas son un peligro para la estabilidad del sistema. Cualquier mecanismo que sirva para hacerlas participar en las decisiones políticas es peligroso”. A la luz de esto, es entendible que a los pronatalistas les desvele aquello que Tomás Molina llama “el declive de Occidente”, es decir, la posibilidad de que los Estados y las democracias ya no sirvan como fachada de autoritarismos solapados.
¿Y si las instituciones gubernamentales terminan de desmoronarse bajo el peso de su desprestigio? ¿Y si los sistemas productivos decaen por el cambio climático, la interrupción de los ciclos de consumismo y la frustración, el cansancio, la apatía y la desesperanza de las generaciones venideras? ¿Y si los modelos de producción siguen cambiando por la influencia de China, país que año tras año ratifica el veloz crecimiento de su economía basada tanto en la planificación como en la apertura del mercado?
De fondo, la pregunta implícita en la preocupación de los pronatalistas es si las élites políticas y sociales están haciendo lo necesario para mantener el control político. Tal parece que lo dudan, o que muy a su pesar coinciden con Tomás Molina en la percepción de una crisis que incide en las tasas de natalidad, y no sólo por factores sociopolíticos:
En los países más avanzados –explica Molina– el amor es cada vez más difícil, al tiempo que la soledad es cada vez más la norma. Se ha impuesto una autonomía absoluta que excluye cualquier contacto prolongado y amoroso con el otro. Hoy el otro es mero instrumento de mi placer, en el mejor de los casos. En el peor, ni siquiera hay contacto instrumental con el otro. Simplemente no hay contacto: la asexualidad solitaria crece en medio de un extraño silencio.
A lo anterior habría que sumar el hecho de que “la civilización occidental –como dice Molina– se enfrenta al reto de absorber a olas de migrantes que no comparten sus valores”. Los países europeos, tanto como los norteamericanos, se ven en la necesidad de recibir a migrantes –mano de obra de bajo costo– para sostener sus maquinarias de producción de bienes y servicios sin que ello implique enfermarse de inflación. Así, en las ciudades “desarrolladas” se instalan colonias de ideologías que, siendo de alguna manera no-occidentales, postulan alternativas ante la eficacia, la sobreexplotación de recursos humanos y ambientales, la hiperproductividad y otras supuestas joyas de las que se ufanan los que quieren “hacer grande a Estados Unidos otra vez”.
Los pronatalistas, en definitiva, temen a lo alternativo. Temen que no haya suficientes personas que quieran ser como ellos. Lo devela uno de los personajes de Mario Mendoza en Kaópolis: «si nos resistimos a ser como ellos, todo su poder se vendrá abajo».
Foto de 🇸🇮 Janko Ferlič en Unsplash
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