
Por Gustavo Montenegro
En San Juan de Arama, Meta, el Centro Poblado Georgina Ortiz y la Corporación COLORBIA junto a organizaciones sociales, liderazgos comunitarios -especialmente de mujeres- impulsan un festival que en torno al color, la música, el muralismo, el turismo ambiental y comunitario, permite comprender que la reconciliación es posible, que la desestigmatización es una urgencia y la paz es tangible.
Entre que me organizo, espero que llegue el taxi al aeropuerto; el tiempo entre Pasto y el aeropuerto de Chachagüí, más la espera, el vuelo y la llegada a Bogotá se va toda una tarde. Un poco más de seis horas de viaje. Por el lío en la vía al Llano el recorrido desde Bogotá hacia San Juan de Arama lo hicimos, junto a Giovanni Castiblanco (realizador audiovisual y gestor de procesos locales de paz), atravesando los cerros orientales hacia Choachí, bordeando Monserrate y cruzando Guadalupe. Por allí nos encontramos con el zarandeo propio de los caminos vecinales, las rutas interdepartamentales y la belleza de los paisajes del altiplano que son tan parecidos a los de Nariño.
Mientras avanzamos, la ingeniería levanta la mano para narrar la historia de las capacidades técnicas y humanas que fueron capaces de abrir las entrañas de la tierra y conquistar los suelos profundos de este país que es un desafío hasta en la construcción de sus caminos.
Tras un cúmulo de curvas en descenso, la llanura. Una serranía y un páramo vigilan el camino. Este es otro verde, estos son otros colores, el infinito crece, se expande, hipnotiza. Luego de siete horas llegamos a San Juan de Arama. Es domingo 14 de septiembre y el calor nos recibe con un soplo de brisa ligera. La tierra arde.
Desde la vía que conecta a Mesetas con San Juan de Arama llegó Pilar. Lleva pinta de una viajera exploradora. Un piercing dorado es una señal inconfundible en su rostro juvenil. María del Pilar Muñoz Jaramillo es una mujer nómada, hace parte del equipo técnico del Centro Poblado y del equipo organizador del Festival Georgina Ortiz. Es Licenciada en Educación Artística. También es una de las formadoras en la escuela “Colorbia”. Formula, gestiona y coordina proyectos que se impulsan desde el Centro Poblado. Pilar es entusiasta. Está feliz por los días que llegarán cuando el Festival desarrolle la agenda programada desde el 14 hasta 21 de septiembre.
Fue Pilar quien nos contó que Georgina Ortíz era una mujer campesina. “Era una lideresa que impulsó muchos espacios y muchos grupos para la lucha de los derechos y la defensa del territorio. Lamentablemente murió en combate. Fue la primera mujer que murió cuando el Ejército de Colombia desarrolló el accionar sobre Marquetalia”, en la denominada operación “Soberanía”.
En su honor este festival lleva su nombre y así también se bautizó el Centro Poblado que es un antiguo espacio territorial de reincorporación donde se asientan firmantes del acuerdo de paz y sus familias. Lo conforman personas campesinas y los firmantes que ahora, según cuenta Pilar, desarrollan su vida y su plan de vida. Es una comunidad aproximadamente de 147 firmantes y sus familias. Eso da un aproximado de 500 personas: niños, jóvenes, adultos mayores, colombianos y colombianas con contextos difíciles que han sido acogidos por la comunidad.
Pilar está feliz. El sol se hace presente, esplendoroso. Una luz naranja se extiende. Con su guía conocimos la casa de otros colores que durante los días de festival sirvió de refugio para más de 30 artistas provenientes de Bogotá, Pereira, desde el Putumayo y otras zonas de Colombia dispuestos a parcharse con la programación de esta sexta versión del Festival que lleva como marca diferencial el slogan “Georgina Ortiz se pinta de colores con la fuerza organizativa y la reconciliación territorial”, todo un manifiesto por la construcción de procesos culturales y comunicativos a favor de la paz hecha por jóvenes.

¿Vamos al barrio?
Vamos
Y fuimos y llegamos y recorrimos las “hileras” que conforman la urbanización “El Samán”. Sí, antes de construir el barrio tal como hoy está en el centro del inmenso lote había un árbol inmenso, un Samán como hay muchos en San Juan de Arama.
Víctimas del conflicto armado llegaron a las goteras de San Juan de Arama. Se instalaron, atravesaron obstáculos, sintieron el dolor del desplazamiento y la estigmatización, se hicieron comunidad, forjaron una visión en común y soñaron con un espacio digno para vivir. Hoy, el barrio que tiene el color del ladrillo cocido a fuego intenso acoge a firmantes, víctimas, arrendatarios y toda una diversidad poblacional que se vincula de diversas maneras al festival.
Pilar nos contó que el Festival nació de los ideales de un “par de locos” y uno de esos locos es David Ordoñez Campo. David, de mirada profunda, serio, voz de trueno, barba en forma de candado, tranquilo, seguro de su camino. Vive del arte, del muralismo, de la gestión social, de andar por el país, por el mundo, por los múltiples territorios por donde deja huella.
David recuerda que en esa época -hace nueve años- se vivía una crisis muy dura con los jóvenes, en especial en el bajo Putumayo, porque mataban a 1, 2, 3 jóvenes diarios. Eso fue entre diciembre y enero del 2014, “entonces, con un compañero pensamos la idea de cómo podíamos contribuir al departamento para tener jóvenes que soñaran con un futuro, y en verdad, cómo poderlos sacar adelante. El compañero era artista, como yo. Nos pusimos en la tarea de crear la Fundación Intigrillos. Desde ahí pensamos cómo, a través del muralismo y del graffiti, podíamos crear espacios para sentarnos a charlar con los jóvenes, preguntar sobre sus necesidades y ver de qué manera podíamos ayudarlos para que no se fueran a la guerra”.

Ni David, ni su compañero, su hermano del alma, su compinche que ya no vive entre nosotros, se imaginaron que esa conversación que tuvieron en una piedra al borde de un río se iba a convertir en una idea que se materializó en Putumayo, Caquetá, Meta y otros departamentos de Colombia. De acuerdo con David, el Festival Georgina Ortiz es uno de los festivales más grandes a nivel mundial en su contexto, explica que esto se genera en la medida en que “la mayoría de festivales son de 3 o máximo 4 días, este es un festival de ocho días donde hay muchas actividades y la pintura tan solo es un pretexto para sentarnos a hablar. Desde ese espacio de conversación hemos logrado que los jóvenes tracen proyectos de vida, un proyecto para luchar por su región, para hacer algo por sí mismos y no seguir contribuyendo a la guerra”.
Las tres primeras ediciones del Festival Georgina Ortiz tuvieron lugar en la vereda La Cooperativa y el corregimiento Piñalito de Vista Hermosa. En 2023, la comunidad de Georgina Ortiz tuvo que desplazarse hacia un campamento en la Villa Olímpica de Granada luego de atravesar una compleja realidad de estigmatización. El 15 de diciembre se establecieron definitivamente en San Juan de Arama tras la entrega de 1.047 hectáreas de tierra que hoy componen el Centro Poblado que con su festival cumple a los lineamientos de los TOAR, es decir, un trabajo, obra o actividad con contenido Reparador-Restaurador. Los TOAR son acciones que realizan los comparecientes en el marco del Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición para reparar a las víctimas y el daño causado por el conflicto.
En el cielo hay colores violeta y azules profundos. Hay casas de muchos colores en San Juan de Arama. El lunes y el martes las jornadas giraron en torno a la estrategia de intercambios y pasantías que desarrolla la Dirección de Audiovisuales Cine y Medios Interactivos del Ministerio de las Culturas. Este proceso genera una conexión de saberes, experiencias y provocaciones entre espacios de comunicación y cultura que son visitados por gestores de comunicación que llegan dispuestos a compartir, conversar y aprender mutuamente. El Sexto Festival Georgina Ortiz, como entidad receptora, contó con tres gestores de comunicación para desarrollar contenidos comunes, provocar en los estudiantes de la Institución Educativa San Juan de Arama y en las chicas y chicos que hacen parte del componente comunicativo de la Corporación “Colorbia” reflexiones y prácticas sobre la comunicación, el lenguaje audiovisual, la imagen en movimiento, la fotografía y la urgente necesidad de construir memoria, relatos y nuevas narrativas para que la región, el país y el mundo sepan cómo la paz se vuelve tangible con prácticas específicas como el festival, como la música, como el hip-hop, como el graffiti, como el muralismo, el canto, la danza, la puesta en escena, el caminar por las calles o en la concertación de espacios compartidos para pintar la historia de los pueblos.

Los chicos y las chicas fueron felices haciendo videos, retratándose unos a otros, explorándose entre colores, formas y figuras. Contaron sus cuentos. Otros también se aburrieron y uno solo se fue triste a su casa. Así también son estos espacios de encuentro. Las y los artistas, guiados por Alejandro Petión -líder de los firmantes de paz en San Juan de Arama- recrearon bajo el techo del polideportivo del parque principal las escenas que se les asignó para luego bocetar las imágenes que llevarían a las culatas dispuestas para el muralismo en la Urbanización El Samán.
El primer ejercicio es una búsqueda para que pintores, cantantes, danzantes, dibujantes e invitados especiales del festival se empoderen de los relatos que constituyen la línea de tiempo de la historia de San Juan de Arama, reconozcan a sus personajes, los hitos narrativos y los desafíos territoriales para que luego estos sean plasmados en bocetos de los murales que ocuparán un lugar especial entre los once murales ya existentes y los veinte que se pintarán en esta versión.
Jeidy Riaza es trabajadora social. Es bajita de estatura, pero una gestora de tamaño inmenso. Pronto va a ser mamá. Se mueve por todas partes. Es la hormiguita de trabajo que se destaca en estos espacios porque organiza a los grupos, participa en los talleres, dinamiza la comunicación, acompaña a los artistas. Para ella este festival es un ejercicio claro de comunicación en el que también han participado diferentes actores. “Esto ya no es un proceso solo de los firmantes del acuerdo de paz, es un proceso de organizaciones de base que están en el municipio como ASOAFROS, ASOPAZ, ASOPROSANJUAN. Esas organizaciones que se han unido a este proceso, al igual que la Alcaldía Municipal de San Juan de Arama y otros actores para que a través del arte y la cultura se puedan transformar espacios y se pueda reconstruir el tejido social y se pueda apostar por una nueva oportunidad para el municipio de San Juan de Arama para que sea reconocido a nivel nacional”.
Esta tarde tiene otro color. Todo parece pintarse de rojo. Por la acera la pintura que empieza a ir de un lugar a otro tiñe el asfalto de azul, de verde, de amarillos claros y púrpuras intensos. Gestores de contenidos, comunicadores regionales, muchachos que hacen parte del colectivo de comunicación de “Colorbia”, invitados de Antioquia, comunicadores campesinos y comunitarios, todos se juntan para distribuir la tarea de producir los contenidos que sirvan para la memoria del evento.
Sobre las cinco de la tarde comienzan a fondear las culatas, los muros, donde por equipos de trabajo, entre músicas urbanas, conversaciones, disfrute, algarabía, carcajadas y camaradería, las y los artistas, los pintores y pintoras, juegan con las herramientas dispuestas para embellecer este lugar que ya es considerado destino turístico en San Juan de Arama.
Luego vendrá la visita a los rápidos que se forman en el cañón del río Guejar y que forma parte de los atractivos de turismo ambiental y comunitarios más importantes de la zona. Llegarán los conciertos, las muestras audiovisuales, los conversatorios para la reconciliación, los actos de perdón, la infaltable algarabía, la rumba juvenil, la comida que cobra vida en la olla comunitaria, la finalización de los murales y la preparación para el siguiente año y el siguiente festival y el siguiente encuentro y los nuevos espacios de formación, integración y aprendizaje; y la vida seguirá pintándose de colores, de matices, de memoria, de retratos de la historia para tejer el relato de la reconciliación. Y vendrá, para mí, otro camino de vuelta de más de quince horas en carretera, una noche en Bogotá, una mañana de espera, dos horas de vuelo, más el regreso a casa pintado de festival.
Todo esto porque, como dice Pilar, “la paz no es blanca, es de colores”.
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