Por Camilo Parra

La Ley Ángel, cuyo proyecto acaba de ser aprobado en segundo debate por la plenaria del Senado de Colombia, está a dos pasos de convertirse en ley. Ahora, debe superar el tercer debate en la Comisión Primera de la Cámara y el cuarto en la Plenaria de la misma corporación. Si los tiempos legislativos se cumplen, como mencionó el senador Ariel Ávila, “para diciembre podremos celebrar” la entrada en vigor de esta importante legislación.

Este proyecto de ley responde a la urgente necesidad de ajustar el marco legal en Colombia en relación con el maltrato animal. La crueldad hacia los animales, particularmente visible en el caso de Ángel, un perro que fue torturado y despellejado vivo, muestra que el sufrimiento de los animales sigue siendo un asunto profundamente desatendido por las leyes actuales. En la trágica historia de Ángel, el victimario, un hombre con antecedentes de violencia, cometió este acto con total impunidad, una realidad que la Ley Ángel pretende corregir endureciendo las penas por maltrato animal y eliminando los beneficios penales para quienes cometan estos actos atroces. La ley está pensada para que situaciones como estas no queden impunes, evitando que los maltratadores reincidan o vuelvan a tener contacto con animales, como lo explicó el senador Ávila durante la discusión.

La nueva legislación también se enmarca en una perspectiva más amplia sobre la protección de los derechos de los seres sintientes, partiendo del principio ético de que el sufrimiento, independientemente de si lo experimenta un humano o un animal, merece ser prevenido y castigado. Este enfoque tiene sus raíces filosóficas en autores como Jeremy Bentham, quien argumentó que lo importante no es si los animales pueden razonar o hablar, sino si pueden sufrir. Esta premisa ha sido clave en la filosofía animalista moderna, apoyada por autores como Peter Singer y Tom Regan, quienes insisten en que la capacidad de sufrir es suficiente para que los intereses de los animales no humanos deban ser considerados moralmente. La Ley Ángel es, por tanto, una expresión legal de este imperativo moral: proteger a los seres que sufren y evitar su dolor innecesario.

En términos estadísticos, Ariel Ávila destacó la interrelación entre el maltrato animal y otras formas de violencia, citando que el 41% de las personas condenadas por delitos violentos tienen antecedentes de maltrato animal. Además, el 86% de las mujeres víctimas de violencia reportan que sus agresores también maltrataron a animales de compañía, y el 81% de los hombres condenados por violencia de género han incurrido en maltrato animal. Estas cifras evidencian que la violencia hacia los animales no es un hecho aislado, sino un síntoma de un problema más amplio de violencia en la sociedad, por lo que actuar en este campo es vital para prevenir futuras agresiones, no solo contra animales, sino también contra personas.

A pesar de que parece obvio que el maltrato animal no debería existir, la naturaleza humana es compleja. Hobbes sostenía que «el hombre es un lobo para el hombre» y que, en un estado sin ley, el ser humano actuaría movido por su egoísmo y violencia. Aunque podríamos esperar que la compasión y la empatía prevalecieran, la realidad nos demuestra que no siempre es así. Como plantea Fromm, el ser humano está en constante tensión entre su instinto de conservación y sus impulsos destructivos. Por ello, aunque pueda parecer absurdo que necesitemos leyes para prohibir lo que debería ser moralmente evidente, la legislación es un mecanismo indispensable para proteger a aquellos seres vulnerables que no pueden defenderse por sí mismos.

La Ley Ángel es una respuesta a esta realidad, proponiendo no solo el aumento de penas y sanciones, sino también medidas pedagógicas y restaurativas que apunten a transformar la cultura del maltrato en una cultura de respeto hacia todos los seres sintientes. Como lo mencionó la senadora Andrea Padilla, esta ley busca “aumento de penas, aumento de multas, sanciones alternativas, y la prohibición de que una persona condenada por maltrato animal pueda volver a tener animales”. Además, establece la capacitación obligatoria para jueces, fiscales e inspectores de policía, con el fin de garantizar que quienes deben hacer cumplir la ley tengan una comprensión adecuada de la problemática del maltrato animal.

El sufrimiento de Ángel y de tantos otros animales es un recordatorio doloroso de que, a pesar de nuestros avances tecnológicos y sociales, seguimos fallando en aspectos básicos de compasión y justicia. La Ley Ángel representa un paso crucial hacia la creación de una sociedad más justa y empática, donde la violencia, en todas sus formas, sea reconocida y combatida. Tal como lo plantea Angélica Velasco en su obra La ética animal ¿Una cuestión feminista?, estamos ante una elección moral: ¿queremos un mundo basado en la dominación y la explotación, o uno guiado por el respeto y la compasión?

Foto de Sonya Brady en Unsplash


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