Por Edwin García

Continúan los efectos del consejo de ministros reciente, en el cual se develaron algunas dificultades al interior del gobierno. Si la intención del presidente era, como se ha dicho, evaluar públicamente el trabajo de los ministros y ministras, considero válida su intención, además de necesaria. No veo porqué a los asistentes se les debía informar con antelación el motivo de la reunión. Si los ministros y ministras están fallando, eso debe conocerse para corregir, ninguno de ellos y ellas debe incomodarse por eso. 

Ahora bien, reaccionar a esta iniciativa tratando de contraatacar al Presidente, echándole en cara la presencia de Benedetti y Sarabia, es un acto de indignidad y bajeza, para no decir que de torpeza e irresponsabilidad mayor. Fue como intentar salirse por la tangente, generando una situación problemática al proyecto transformador, porque a la postre, cuando cesa el paroxismo de los egos particulares, lo que queda es el proyecto transformador expuesto al festín mediático.  

Ahora bien, lo de Benedetti me recuerda aquel episodio relatado por una integrante del M19, ocurrido cuando esa organización apenas se denominaba Comuneros: resulta que dicha militante ofreció prestar el carro de su padre para recuperar (robar) unas armas. El operativo estaba montado, pero la encargada del carro se arrepintió para evitar la posibilidad de emproblemar a su papá, y a última hora se negó a prestar el vehículo. Lógicamente, el operativo se canceló. 

La chica pensó que sería objeto de un juicio de guerra y fusilada en el acto. Fue citada en una cafetería de Bogotá para analizar las consecuencias de su negativa. A la cita llegó el mismísimo “Flaco” Bateman y, tomándose una Coca Cola con hielo, cagado de la risa le explicó: no le pares bolas a eso, entendemos que te hayas arrepentido, no pasa nada, otro día montamos nuevamente el operativo, lo importante es que sigas trabajando y aportando a la organización. No hubo juicio de guerra, ni reprimenda, ni siquiera un llamado de atención, lo que hubo fue risa, un respaldo irrestricto y la invitación a seguir trabajando. A partir de ese día la militante confirmó que esa era la organización a la que quería pertenecer para transformar el país y se casó definitivamente con eso que después fue el M19.

En el genio de Bateman operaba ese factor humano para abrazar a la gente y enamorarla de un proyecto político que ante todo era humanista, en el que estaba permitido tener miedo y cometer errores, en el que primaba la frescura y la alegría: un proyecto que entendía a la gente, más aún, que entiende a Colombia. Un proyecto conformado por seres humanos (no por robots), que sabía pasar por alto los yerros de sus integrantes y valorar mucho más los aciertos y esfuerzos de cada uno. 

Se dirá que una cosa es no prestar el carro y otra es Benedetti con su prontuario, pero en el fondo la manera de afrontar ambas situaciones parte de una concepción de vida: siento que en Petro opera ese mismo factor humano y que eso lo lleva a mantener a Benedetti, más allá de los cálculos políticos que posiblemente también haya en el asunto. Quizá Petro tiene la capacidad de identificar un potencial en Benedetti que nadie más puede identificar, así son los buenos dirigentes, capaces de reconocer las potencialidades de sus subordinados, para qué sirve cada uno, en qué momento ponerlos a jugar y explotar al máximo sus capacidades al servicio del proyecto. No es exclusivo de Petro, en otros genios encontramos comportamientos similares. 

Ante esto, por lo menos yo tengo la humildad de decir: si Petro lo mantiene es por algo, algo habrá visto en él para sostenerlo y apoyarlo. Yo no tengo porqué saber qué es eso que Petro identificó en el personaje, no tengo porqué saberlo todo, confío en la capacidad política y en la condición de dirigente del Presidente. Punto final. No me obsesiono con eso, porque hay cosas más relevantes y trascendentales que atender, por ejemplo, el cumplimiento de los compromisos de los ministerios, porque allí encontramos la posibilidad de continuidad del proyecto y lo que me interesa a mí, más allá de individuos, es el proyecto transformador, porque mañana cuando Benedetti no esté y Petro no esté, lo que perdurará será el proyecto. ¿Por qué la vanidad de creerse más importante que el proyecto y anteponer el ego particular a ese propósito superior? ¿Por qué mi consideración personal o mi rencilla particular debe primar ante el propósito histórico?

A través de los análisis cortoplacistas y apasionados somos incapaces de formularnos esas preguntas elementales: no vemos más allá de nuestras narices. No hacemos interpretaciones históricas del fenómeno de cambio, no lo ponemos en contexto como un proceso dialéctico e histórico, cayendo en el atrevimiento individualista de creernos importantes a los ojos de la historia y desaprobar fatalmente todo aquello que no compartimos. 

Por otra parte, me pregunto si con la misma severidad con que criticamos a Petro, tratamos las situaciones en nuestros hogares o en nuestras relaciones sentimentales: sospecho que no, sospecho que en esos escenarios manejamos las cosas de otra manera, con mas flexibilidad y afecto. Paradójicamente, lo que hacemos por mandato del amor en los espacios más íntimos, no lo aplicamos al ejercicio político, ahí encuentro un desequilibrio, porque la política para la transformación debe hacerse a partir del amor y el afecto, con alegría y esperanza, como se hace una fiesta, por eso para el “Flaco” Bateman la revolución era, precisamente, una fiesta. Y hay que superar el derrotismo y la desesperanza, no hay que darle cabida al fatalismo ni a la tristeza: “hay que cantar a la vida, porque si se vive en función de la muerte, uno ya está muerto.”

Entonces, yo estoy tranquilo, creo que el proceso avanza y se están haciendo cosas significativas. Estamos buscando los caminos, eso no es fácil, implica equivocarse y, a veces, hasta retroceder. Por eso debemos convocar la frescura, no tomarnos las vainas tan a pecho, soltar la criticadera y entender que no hay fórmulas mágicas ni caminos certeros, mientras tanto debemos reírnos más de nosotros mismos, como Manuelita, sin perder la alegría y el entusiasmo. 

Además, sigo confiando en la capacidad política e intelectual de Petro, sin considerarlo infalible. Creo que refleja la propuesta de un proyecto nuestro, colombiano, acorde al tiempo y las condiciones actuales, lo que pasa es que, muchos años después, la gente de izquierda sigue inmersa en libretos preconcebidos, sin atreverse a hacer las cosas de maneras distintas, por eso siguen sin entender a Bateman y al M. Pero finalmente la historia avanza, a veces a pesar de los manualismos de izquierda, a veces incluso en contra de la miopía y los dogmas de izquierda, y siempre empujada por los y las revolucionarias, porque de una vez debemos distinguir entre izquierdistas y revolucionarios, los segundos constituyen una categoría superior en el escala política.

Foto: Flickr Presidencia de Colombia.


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