
Por Edwin García
No quiero referirme a nuestro Padre Libertador desde los lugares comunes de citas muy repetidas y manoseadas por todo tipo de gente. ¡No! ¡No más de ese abuso corriente! Quiero referirme a la profundidad de su legado y pensamiento para desentrañar la esencia de su ser y de su obra que aun hoy alumbra el porvenir de nuestras naciones.
Para describir la vida de Simón Bolívar uso el término «prolijidad». Por cuanto extensa y esmerada, su obra fue, sobre todo, prolija. Su genio lo califico más del tipo de Da Vinci, aunque su liderazgo lo ubica también entre los Alejandro Magno, Julio Cesar y Pachacútec, pero superior a estos, porque su espada sirvió a la libertad y jamás a imperio alguno.
El Libertador, como el sol a nuestro planeta, proporcionó luz a estos pueblos subyugados e irradió la energía vital para echar a andar nuestras repúblicas. Su ser es como un polígono infinito, porque podemos hablar y aprender del Bolívar militar, estadista, diplomático, constitucionalista, internacionalista, liberador de esclavos, redentor de indígenas, defensor de la mujer, ambientalista, economista, pedagogo, poeta, materialista, místico, y, si se quiere, hasta tahúr y crack de las artes amatorias.
Mas la esencia de su obra está en la originalidad de su pensamiento: aunque se nutrió de lo más avanzado de su época, Bolívar jamás calcó modelos, ni en la guerra ni en la política. Su capacidad intelectual y disposición física sirvió a la máxima que hoy es fuerza y necesidad: ¡¡inventamos o erramos!!, tal como le enseñó su maestro.
Su portentosa talla moral lo destaca como creador, porque liberar es crear. De la nada se inventó pueblos libres y, ¡oh sacrilegio!, de la esclavitud creó repúblicas. Aquí no había más que postración, suspiros y buenas intenciones, un ejemplo comunero despreciado por los señoritos mantuanos y la fiereza desperdigada de hombres y mujeres indómitas que solo él pudo conducir por la senda de la grandeza.
En la Angostura del Orinoco su inventiva vislumbró una categoría superior del desarrollo social que llamó Colombia, la cual se abrió paso desde los campamentos guerrilleros de los Llanos y el Caribe, con ritmo de joropo y tambor palenquero, hasta la mole andina de Manco Capac.
Ya en Casacoima había delirado con la libertad del Continente, ¡válgame Changó y juzguen ustedes si no era un “loco”! Y en el Chimborazo, envuelto en el manto de Iris, habló con el Padre de los Siglos.
Por eso Bolívar no es para mentes escasas. No se está con la pequeñez del presuntuoso: ¡hablemos de la ambición de crear mundos, hablemos de categorías superiores y hablaremos de Bolívar!
Por eso, no es bolivariano quien repite dogmas, ni quien copia y se apega a manuales. No es bolivariano quien no crea. No es bolivariano quien carece de identidad, ni quien baja su cerviz al eurocentrismo y la petulancia occidental. No es bolivariano quien no bebe de nuestra historia para proyectar el futuro. No es bolivariano quien cultiva la egolatría, ni quien con arrogancia supone que el mundo gira a su alrededor. No es bolivariano quien no sirve al pueblo con humildad. No lo es quien atenta contra la unidad de los revolucionarios y defiende intereses personales. No es bolivariano quien antepone los grupúsculos al bienestar general de la patria.
No es bolivariano quien falta a la verdad, ni quien aplica el oficio artero de la manipulación y el engaño. No es bolivariano quien oculta cobardemente sus intenciones y traiciona a sus copartidarios.
No es bolivariano quien llena sus bolsillos con la corrupción, aunque sea disfrazada de revolución. No es bolivariano quien vende su conciencia, aunque lo haga en secreto.
No es bolivariano quien se regodea en la elementalidad del cálculo ramplón. No es bolivariano quien reduce lo político a la calculadora electorera y burocrática.
No es bolivariano quien se rinde ante la banalidad sucumbiendo a la miseria espiritual y la decadencia cultural. No es bolivariano quien profesa la vulgaridad mercantilista, la trivialidad y la vanidad.
No es bolivariano quien pretende disimular con verborrea barata y expresiones “sofisticadas” su propia incapacidad para conectar y comunicarse con el pueblo. No es bolivariano el charlatán y fanfarrón.
No es bolivariano quien se doblega ante las dificultades, ni quien se da por vencido. No es bolivariano quien no persiste en las causas justas.
No es bolivariano quien no se siente vinculado a la naturaleza, ni a todo aquello que la representa. No es bolivariano quien no percibe la armonía universal en cada partícula del todo.
En estas sociedades que fomentan la mediocridad, la incapacidad intelectual y cultural, donde pulula lo insulso y la falsedad mediática, Bolívar se convierte en antídoto porque es fecundidad de ideas, es creación original. Es guía para la grandeza de espíritu, es conexión con el universo. Es el paradigma necesario para nuestras naciones.
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Johan Mendoza dice:
«Bolívar no es un pensamiento muerto ni mucho menos un Santo para prenderle una vela…», pero sí una inspiración, un ejemplo, nuestro legado para continuar hasta alcanzar la segunda y definitiva independencia.
24 julio 2025 — 18:24