Por David Paredes

Stephen Hawking comenzó su Brevísima historia del tiempo afirmando que este universo tan vasto sólo puede ser entendido recurriendo a la imaginación. Se refería a la imaginación regida por patrones lógicos, una operación que permite calcular aquello que escapa a la percepción. Así, uniendo cálculo e imaginación, podríamos estimar el tamaño del universo, su extensión de miles de millones de años luz.

La misma imaginación lógica ha tomado un lugar en nuestra vida gracias al auge de las llamadas inteligencias artificiales generativas. A discreción de nuestras solicitudes, una computadora toma datos del océano cibernético, los acopia, los clasifica y los reorganiza para luego, con base en ellos, presentar información nueva. Una idea lógica emparentada con otra idea lógica teniendo en cuenta criterios lógicos da como resultado una tercera idea igualmente lógica, una monografía, un guion, artefactos que se ajustan a las leyes en las cuales se basa nuestra comprensión de la realidad. En la mayoría de casos, la idea resultante posee sentido, es decir, conexión entre los elementos que la constituyen (congruencia) y conexión con otros elementos de la realidad (contexto). Pero hay casos en los cuales el proceso no da como resultado algo ni congruente ni contextualizado.

El fenómeno ha sido relevante de un tiempo a esta parte porque da cuenta de una tendencia exhibida por la inteligencia artificial generativa: la tendencia a completar lo no sabido a partir de conexiones insólitas y, en ocasiones, arbitrarias y descontextualizadas. Le pregunto a Meta AI si puede mostrarme los acordes de «Venganza», la canción de Edson Velandia, y su respuesta es: “¡claro que sí! Venganza es una canción icónica de Edson Velandia, un cantautor colombiano de música vallenata”.

Conocido como “alucinación”, este fenómeno se presenta en los llamados modelos de lenguaje y es una cuestión que ocupa a quienes se encargan del entrenamiento de inteligencias artificiales y a quienes las utilizan para investigar o para generar discursos textuales, audiovisuales, entre otros. Lo cierto es que el avance tecnológico tiene el propósito de comprender y mitigar las alucinaciones y, de seguro, muy pronto encontrará el modo de reducirlas a un mínimo irrelevante para que los modelos de lenguaje sean cada vez más confiables, es decir, más lógicos.

Pero el asunto que me interesa no es que la inteligencia artificial “alucine” ni que esa alucinación nos parezca indeseable; me interesa más que la inteligencia artificial no esté entrenada para poner la alucinación en escena del modo en que lo hacemos las personas. Para decirlo de otro modo, y aludiendo de paso a la cuestión sobre la sustitución de la acción humana en muchos campos técnicos y artísticos, la inteligencia artificial generativa no logra contextualizar el desvarío, pues, para eso, tendría que saber incluirlo en un relato pertinente. Esa es una facultad que concierne a la inteligencia humana y a su capacidad de integrar las alucinaciones en la experiencia real. Es una facultad imaginativa distinta de la mencionada por Hawking: no ya la operación regida por patrones lógicos, sino una imaginación cuyo propósito implícito es la desviación, la posibilidad perversa de ensayar movimientos por fuera de los esquemas predecibles. Un trampantojo de Robert Gonsalves, por ejemplo, o el “realismo delirante” de Alberto Laiseca.

Mientras el progreso de la inteligencia artificial parece avanzar hacia la disminución de los accidentes alucinatorios, las personas buscamos un oasis donde sean posibles el caos y la incertidumbre. Por oposición al protocolo, que refuerza la costumbre y los esquemas, y que resta espacio a la desviación, propiciamos lapsos en los cuales las lecturas y las expresiones no se hagan de manera convencional y, por tanto, no coincidan con los patrones dictados por los algoritmos.

Pienso ahora en un ritual tan potente como el concierto de la Fania All Stars en Zaire, en 1974, con la comparecencia de ochenta mil personas. Roberto Roena rompe la canción “Ponte duro” abandonando los bongos para tomarse el escenario con un baile frenético, casi acrobático; Nicky Marrero, al cabo de unos segundos, propone otro nivel de trance en la interpretación del timbal; Johnny Pacheco, director de la súper orquesta, anuncia el solo de conga de Ray Barretto; Héctor Lavoe se deja oír al fondo: “¡se soltaron los anormales!”, “¡ataca, demente!”, y se oye, probablemente, a Cheo Feliciano con el tono de quien prevé un clímax: “se soltaron los locos”. Todo es preámbulo para que luego venga Barretto con su solo de conga y, seductor, secundado de manera progresiva por la orquesta, se embriague, por así decirlo, con su propia improvisación y al final se ponga de pie sin dejar de tocar, levantando una y otra vez la conga para que caiga y golpee el suelo al compás de la locura de las estrellas.

En los conciertos, como en los deportes, incluso en algunas relaciones, quizás buscamos y exacerbamos aquello que escapa de los patrones predecibles. No es gratuito que, precisamente en escenarios y situaciones como esas, endiosemos a quien puede ofrecernos una experiencia ojalá no predicha por ningún algoritmo. ¿Buscamos esta experiencia en las obras artísticas? Si lo hacemos, será en el cine, en la literatura, y no en las películas o los libros creados con fórmulas efectivas. Al final, tendríamos que agradecer a quien rompe los patrones de lo imaginado/imaginable y, quizás, reconocer lo empobrecedoras que resultan las obras creadas con molde.

Cierto es que la alucinación puede ser conflictiva tanto para una persona como para la relación que establece con su entorno, y puede poner en riesgo la pertenencia o los acuerdos de una colectividad. La alucinación abre la posibilidad de un desacuerdo radical en la percepción del espacio, del tiempo, de los significados, de la historia o del mapa de relaciones, de modo que reside en la grieta, en la discontinuidad del orden y del conocimiento que una fuerza algorítmica y totalitaria pretende abarcar y controlar. De ahí que, mientras la inteligencia artificial propende por el perfeccionamiento del filtro lógico, resulta valioso el trabajo de quienes nos invitan, por puro placer y contemplación de la belleza, a apreciar la imperfección y las desviaciones de la norma, los caminos que discurren por lo inaudito.


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