Por Wladimir Uscátegui

Hasta hace no mucho, prácticamente toda la información de la que disponíamos los ciudadanos y ciudadanas comunes y corrientes estaba monopolizada por la gran prensa liberal. Investidos de un aura de autoridad e infalibilidad, los y las periodistas de entonces, oficiaban, pontificaban y difundían desde sus púlpitos seglares las buenas nuevas del Evangelio neoliberal. Eran los guardianes de la Verdad. Ni la propia Biblia parecía tan incontrovertible como lo eran el noticiero, el periódico o la radio. Tras la caída del Muro y la muerte “certificada” del “socialismo real”, la prensa hizo suya la profecía de Fukuyama y decretó el fin de la historia y, de paso, el triunfo absoluto de la democracia liberal. El “corto siglo XX”, como lo llamó Hobsbawm, terminaría en 1991.

El XXI empezaría el 1 de enero de 1994, en Chiapas.

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