Por Ángela Navia

Siempre me gustó la literatura. Recuerdo las horas de lectura en el espacio denominado Caen todas las cosas, del Liceo de la Universidad de Nariño, el colegio donde tuve la fortuna de estudiar. Gran nombre para ese proyecto: ¡que cesen todas las actividades, para que la mente vuele! Recuerdo que, al terminar la hora, seguía leyendo a escondidas al tiempo que discurrían las clases de física o biología; no podía suspender la historia. Perdón maestro, pensaba, pero necesito saber qué pasará con la suerte de Florentino Ariza.

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